MEXICO, PERO SIN LOS MEXICANOS

Fotos: @dionisia.aa
La Ciudad de México tuvo su primera marcha antigentrificación el pasado sábado 5 de julio. Las calles de la capital se llenaron de carteles, de ciudadanos, de vecinos, de estudiantes. "Tu airbnb era mi barrio" "Aprendan español pinches gringos" "Quiero poder vivir en la ciudad en la que nací". Y es que en una ciudad en la que el número de Airbnb's listados sobrepasa las 26 000 viviendas, la situación era una bomba de tiempo a punto de estallar.
La migración como cortina de humo: es la economía"La gentrificación es una cuestión de desigualdad, no así de migración". Así inicia el comunicado del Frente Antigentrificación, dejando en claro que las protestas no son por la llegada de extranjeros a la ciudad, sino por la forma en que se usa el turismo y la diversidad como excusa para expulsar a los mexicanos, despojar a quienes han construido con sus vidas la ciudad y borrar todo aquello que se interponga en la imagen de una ciudad vibrante con la cultura y el folclor mexicano para la blanquitud pero sin mexicanos a la vista. O por lo menos, una que los mexicanos ya no pueden pagar.
Para el 2025 el salario mínimo en la Ciudad de México son 8364 MX (448 USD). Sin embargo, para el último trimestre del 2024 el promedio de sueldos en la CDMX fue de 6890 MX (370 USD), llegando apenas a 4450 MX (239 USD) para quienes están en la informalidad. Mientras tanto, el precio promedio de arriendo para el 2024 se calculó en 22 000 MX (1180 USD). En barrios como Condesa se calcula que este puede llegar a los 44 000 MX (2380 USD), un barrio en el que el alquiler aumentó un 40% entre el 2020 y el 2022 según datos de portales inmobiliarios. Y según los datos del gobierno local entre 2007 y 2023 el costo de las rentas aumentó ocho veces más que el salario general.

Fotos: @gabriela_viandante
¿De qué hablamos cuando hablamos de gentrificación?Ruth Glass acuñó el término “gentrificación” para referirse al proceso de reapropiación de los centros urbanos por parte de las clases medias y medio-altas, ocasionando el desplazamiento hacia la periferia de las clases populares que habitaban esos barrios. Y a simple vista es difícil pensar en toda la violencia que entrañan los procesos de gentrificación: lo que se muestra como resultado son edificios nuevos, andenes amplios, calles limpias, bicicletas y una estética instagrameable y acogedora.
La contracara de esto es el desplazamiento. Es el borramiento de la cultura, la homogeneización de las calles, barrios que parecen indistinguibles así estén a cientos de kilómetros. Son familias de barrios populares cuyas vidas se sostienen en el arraigo y en los lazos comunitarios, que se ven obligadas a abandonar las calles que ocuparon toda la vida para correrse a las periferias cada vez más precarizadas. Los colectivos mexicanos acuñaron el término "blanqueamiento por despojo", con el cual explican el funcionamiento del fenómeno:
"No sólo es un problema económico, sino que conlleva la pérdida de relaciones barriales; es decir, la desarticulación de esas redes vecinales y de cuidado que existen en los barrios [...]se trata de desarticular las relaciones barriales e imponer una estética que no corresponde a los barrios, eliminando lo que no se considera “agradable”. " (Documental “El Tercer Socio”)
El testimonio de Sergio González en el documental el Tercer Socio, pone sobre la mesa los aumentos desmedidos (de un 200% o 300% por vivienda) que se pretenden obtener de edificios antiguos expulsando a sus habitantes. Hablar de blanqueamiento por despojo revela lo profundamente vinculada que está la gentrificación a los procesos históricos de globalización, pues son los habitantes del norte global - que muchas veces no pueden costear la vida en sus propias ciudades - quienes pasan a convertirse en los habitantes deseables de estas calles blanqueadas. Son también los fondos de inversión del norte global quienes acumulan los mayores dividendos de estos negocios engullendo paso a paso a los locales que intentan sumarse al negocio y cobrar dividendos, pero que son incapaces de competir con la oferta de quien tiene no 2 sino 100 propiedades y establece las condiciones de negociación.
Lo que vemos es una resignificación de las lógicas coloniales, potenciadas por este innovador modelo que corre una vez más el límite de lo que no está disponible para la venta y busca instalar que, frente a la incertidumbre económica global, las viviendas son el bien ideal para maximizar rentabilidad y no el techo y las condiciones mínimas para garantizar la vida.

Foto: @vame.reflejodeluz
Por supuesto que el problema no es la renovación urbana. Todos queremos un barrio agradable. Todos queremos poder llegar tranquilamente a cualquier hora a casa, salir a caminar por el barrio que habitamos y no estar rodeados por edificios en ruinas. Ahora ¿Por que para algunos sectores solo es posible pensar esto mediado por el capital inmobiliario y la ocupación de los territorios por quienes cuentan con ingresos privilegiados? ¿Porque parece que el derecho a establecerse, a arraigarse en un lugar o a pensar un proyecto de vida en el largo plazo queda cada vez más reducido a quienes pueden asumir el costo cada vez más alto? ¿Por qué las políticas de conservación, seguridad y mejoras del barrio parecen solo llegar cuando la gente se ha visto obligada a vender su casa de toda la vida por la presión inmobiliaria?
Y son lógicas que se desarrollan, no en la ausencia del Estado, sino por el contrario con su muy fuerte presencia, ya sea por acción o por omisión. Es así el caso de México, donde Claudia Sheinbaum firmó un acuerdo con Airbnb para "atraer nómadas digitales" desconociendo el impacto que esto está teniendo en la dificultad cada vez mayor para arrendar y el costo de vida cada vez más elevado.
Cuando no entra en juego la participación activa, es la pasividad frente al incumplimiento de Códigos y reglamentaciones urbanísticas lo que favorece las lógicas inmobiliarias: las tibias reformas a las plataformas digitales, la condescendencia con la que afirman que "la gentrificación puede expulsar personas de su barrio" (como si no llevara años expulsándolas de hecho) sin ejecutar acciones reales para prevenirlo, la permisividad de políticas inmobiliarias que especulan con la vivienda y la inacción frente a cambios en el uso del suelo o frente a desalojos ilegales. En resumen, lo que se evidencia es la ausencia de voluntad política para establecer políticas que reconozcan el derecho a la ciudad y el derecho a un techo como mínimos vitales. Una ausencia que se traduce en un accionar estatal que abre el camino para que los capitales privados transforman lo que antes fueron hogares, barrios y comunidades enteras en commodities financieras que multiplican dividendos destruyendo el tejido social.
Ciudad de México: la chispa que iluminó la crisis
Foto: @vame.reflejodeluz
La Ciudad de México no es un caso aislado. El año pasado Oaxaca vivió su primera marcha antigentrificación azuzada por la predilección que mostraban los locales por los extranjeros por sobre los locales, con cartas únicamente inglés, atención preferencial y una oferta acomodada para los extranjeros. Allí entre el 2000 y el 2020 se cuadruplicó el número de extranjeros (de 4500 a 22 600). Para el 2019 el arriendo de una casa en el centro estaba en 8000 MX (430 USD aprox). Ahora este valor puede llegar a rondar los 18 000 MX (965 USD).
En Barcelona desde el año pasado las calles catalanas han visto numerosas protestas por el precio del arriendo en Barcelona, el cuál se calcula que ha aumentado un 50% del 2021 al 2024. El precio del alquiler actualmente ronda los 24 euros/m², lo que representa facilmente 20 días de trabajo para un trabajador con un salario promedio.
En Buenos Aires un informe del Instituto de Desafíos Urbanos Futuros reveló que los jóvenes invierten el 52% de su sueldo en pagar el alquiler. Un monoambiente ronda los $ 455 000 ars (365 USD) y un dos ambientes salta a los $670 000 ars (536 USD).
En Medellín la “turistificación” y el flujo enorme de turistas ha llevado a que miles de locaciones cambien su vocación comercial, encareciendo los arriendos y el costo de vida a tal nivel que hoy se estima que una persona necesita 5 millones de pesos para vivir en Medellín y seguir considerándose clase media. Para una familia el costo asciende a 10 millones de pesos según los datos expuestos por Numbeo, en un país en el que salario mínimo apenas pasa los 1,6 millones de pesos y en el que solo el 1% de la población percibe ingresos de más de 10 millones mensuales.
En Bogotá sectores como la Candelaria o Chapinero pasaron de tener arriendos de 1.5 o 2 millones a valores de 3 o 4 millones, precios absolutamente impagables para quienes han hecho toda su vida en estos barrios. Hoy se ven obligados a compartir espacios cada vez más pequeños o abandonar sus barrios y con ellos muchos de los lazos que sostienen su vida y su cotidianidad.
En todos los casos los números sobrepasan con creces lo que se considera accesible, el 30% de los ingresos para el alquiler, haciendo cada día más difícil sostener la capacidad de simplemente existir y habitar la ciudad. Y si cada vez es más difícil costear un techo para vivir, no hablemos siquiera de la casa propia, un sueño que se aleja cada vez más para cualquier persona trabajadora y que en las capitales se ha transformado en endeudarse a décadas con tasas absurdas por cada vez menos metros cuadrados.
Si todo es un negocio nos vamos a quedar sin nadaLa pregunta por la gentrificación es una pregunta respecto al mundo en el que queremos vivir, pero es también una pregunta ética. ¿No es acaso la vivienda un bien indispensable para el desarrollo de la vida humana? ¿Nos parece aceptable sacrificar el derecho al arraigo? Y hoy, más que una pregunta abstracta es una realidad urgente para toda América Latina. Con mayor o menor agudización vemos como todas las grandes ciudades se van llenando de alquileres temporales, edificios iguales, negocios expulsivos y familias desplazadas. Y en la medida en la que este modelo tiene éxito en una ciudad se despliega en nuevas latitudes con mayor ímpetu, mayor velocidad y nuevas inyecciones de capital que van achicando los espacios de vida y empujando las periferias y a la precarización a quienes habitamos la ciudad, haciendo cada vez más incosteables las condiciones de vida mínimas.
¿Acaso el derecho de muchos a habitar, a disfrutar y a permanecer en la ciudad en la que se nace es sacrificable por el derecho de unos pocos a sacar dividendos de los barrios y las ciudades que hemos moldeado a nuestra imagen?

Fotos: @dionisia.aa